sábado, 4 de abril de 2009

CHILI WILLY

Un buen día nos encontramos todos en la misma ruta caminando para conseguir algo que ya no estaba. No era que se habia hecho humo, era que se había ido.
Esperábamos que te hubiesen cogido de otra manera. Que hubiesen creído que te tenían mientras bailabas al ritmo de una villera sobre el deber policial. A balas o risas ver como se lo hacías tu a la poli, que se oyeran sus gritos a un par de cuadras, esos pacos gordos y morenos chillando como puerquitos con ese tonito merino característico de la autoridad, ese tonito del toro bajo el agua bramando consternado al ver que los tiburones no se alejan.
No me gusta la cumbia villera, pero hubiese sido la mejor banda sonora para ese momento, una villera sonando en un equipo viejo a todo volumen mientras le corrían bala al enemigo, sin sapos en las ventanas de puro miedo que a ellos también les toque algo, que los que estaban con la pálida se hubiesen puesto duros porque finalmente no era la angustia comprando lo que estaba ahí afuera, sin la idea de lo que pueda pasar pero conscientes de que pasaba algo.
Que regalo tuyo el no dejarme cascaritas en esa acción, para darle mordisquitos cuando termine el día de todos los días.
No me toco estar porque nunca estuve ni quise estar, pero quería creer que alguien ahí dentro tenía el control.
Yo le decía a quien sacara el tema que tu comportamiento era el de una mujer respetable, que todos los días salías con tu hija a trabajar y que en otoño iban a la casa de tus abuelos en Asunción, que en el super compraban café y pan y que cuando te trataban de pelada respondías ¡peluda!. Llegue al punto de tocarme el tema yo solo, oírme decir que ese actuar se esfumaría al primer disparo, que la vergüenza no seria un obstáculo para convertir a tus dos hijas en escudos, que la huida de tu marido por el patio trasero solo embellecería el espectáculo y que tu misma consciente de resistir en la puerta y de dar ordenes a todos podrías verlo a través de la ventana y gritarle: ¡marica!
El olor a ropa húmeda, los disparos, el recuerdo del vecino acusete que es un fantasma, la bestia de cien ojos que sale a correr todas las mañanas devorando cadáveres en el trayecto que va de la casa a su taller de marionetas, la vida, todo pasa o eso creías hasta ese momento. Déjame decirte que estabas equivocada, que solo era la letra de esa cumbia villera que denigra a la mujer y tu volada de paragua.
Dicen que fuiste un caramelo, que el cielo estaba nublado y que mientras te sacaban de la casa, afuera todo era igual que siempre.

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